miércoles, 31 de diciembre de 2014

Pensamientos de un año que se va.

Es temprano en la mañana en el último día del 2014.
(Por lo menos aquí, en mi rincón del mundo aún es temprano).

El aire vibra con anticipación por el año que viene, aunque también carga memorias y gratitud por el año que se va. 


Para mí este año ha sido particularmente fantástico.

Viajé 15'612 km, convirtiendo al 2014 en mi año con Mas Distancia Recorrida. Gané una beca, empaqué mis bártulos y me mudé a la India en lo que pareció un suspiro. He visto muchos nuevos (e increíbles) lugares. He conocido nuevas (y magníficas) personas de todos los rincones del mundo a quienes ahora llamo mis amigos. Conocí a mi fuerza, mis roomies. Conocí a mi familia, mis latinos. He comido delicioso. Salí e hice cosas nuevas, aprendí nuevas lecciones, cambié (mucho), tomé decisiones difíciles. Para terminar tuve la oportunidad de volver y despedir al 2014 en el mismo sitio en el que lo recibí hace 365 días, con las personas que más quiero en el mundo. 

Quién diría que tantas cosas pueden pasar en tan poco tiempo.
Quién diría que uno podría ser tan inmensamente feliz.

Y aunque este año estuvo lleno de tantas cosas magníficas, también tuvo lo justo entre sustos, lágrimas y decepciones. Me pasaron cosas que no me hicieron especialmente feliz. Lloré de frustración e impotencia. Me he puesto particularmente enojada y particularmente triste. He tenido que decir adiós a muchas cosas. 


Es temprano en la mañana en el último día del 2014. 
(Por lo menos aquí, en mi rincón del mundo aún es temprano).

Estoy agradecida con el año que acaba porque puedo asegurar (sin temor a equivocarme) que este año supera a cualquier otro en términos de lo que he hecho y planeado para mí.

Éste ha sido mi mejor año en la vida. 

En cualquier otro momento le hubiera pedido al Año Nuevo que me diera amor, fortuna, viajes y todo lo demás. Con todas las cosas que han pasado, las aventuras que he vivido y el amor por viajar que ahora tengo...

Todo lo que pido al 2015 es que me dé el don de saber cuándo parar.  

martes, 23 de diciembre de 2014

La magia de un pueblo mexicano.

Ayer por la tarde he publicado la foto de una roca gigante en mi perfil de Instagram. Si la vieron, ya saben que estoy en México y que por ahora me encuentro relajándome en el lugar que llamo mi hogar.

De hecho, he estado en México desde hace más o menos tres semanas, y he decidido tomarme unas vacaciones del blog para recuperarme del cambio de horario y reunirme con mis mexicanos. Y también para dormir todo el día y comer absolutamente todo lo que se me pone en frente. 

Sin embargo, ayer fui a uno de los lugares más bonitos de mi estado: la Peña de Bernal. Este monolito formado hace 8 millones de años (cuando era tres veces más grande que hoy) es actualmente uno de los más altos del mundo. 


El pueblo de San Sebastián de Bernal, en donde se encuentra la Peña es muy visitado por los turistas ya que además de escalar esta gran roca, es posible encontrar muchísimas artesanías locales y muy buena comida. Eso sí, la razón de que Bernal sea frecuentado por turistas y locales por igual es que es considerado como uno de los Pueblos Mágicos de México.

Una de las mejores cosas que hacer en Bernal es comer. Casi todos los restaurantes tienen vistas espectaculares de la Peña, y ofrecen varios tipos de comida, la mayoría representativa de los platillos tradicionales del país.


Si no me creen, vean estas deliciosas gorditas, o unas magníficas enmoladas.


Y obviamente, no podíamos olvidar el guacamole ¿verdad?


Más tarde, hemos ido a caminar por el pueblo y hecho algunas compras. Hay demasiadas cosas que ver y comprar en Bernal y ciertamente, los vendedores ambulantes eran una de las cosas que más había extrañado de casa.


Sólo vean a la china poblana con su charro, 


O este paisaje mexicano pintado a mano en tejas de barro.


Y aunque ya pasó su tiempo (porque generalmente salen para Día de Muertos), las catrinas se ven tan guapas como siempre. 


No es que quiera reforzar algún estereotipo, o algo por el estilo, pero por aquí ya nos estamos preparando para las festividades Navideñas. Aunque bueno, no es como que siempre estemos festejando algo ¿o no?


Bernal se ve especialmente bien bajo las luces navideñas.


La verdad es que aunque viaje por el mundo y aprenda a enamorarme de otras cosas, a estos lugares no los cambio por nada. No me sorprende que digan que es mágico.


Estar en casa se siente muy bien. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

Desde París, con amor. (Parte II)

Era temprano por la mañana cuando el metro me dejó en la puerta del cabaret más famoso del mundo. 


Después de caminar alrededor por un rato, pasé frente al Café des Deux Moulins (¡donde trabaja Amélie!), y tras subir algunas de las famosas escaleras de Montmartre, llegué al Moulin de la Galette.

Caminé un poco más y me encontré con el Chateau d'Eau, rodeado por un pequeño jardín que aunque accesible a los turistas, se encuentra casi vacío. 


Unas calles más abajo está el Musée de Montmartre, conocido por haber sido la casa de varios artistas, entre los que destaca Renoir. 


El lugar es hermoso y desde ahí se tienen algunas de las mejores vistas de Montmartre. 

Paseando por el museo, me he encontrado al gato Salis, quien (se rumora) inspiró el póster de Steinlen para el cabaret Le Chat Noir de Rodolphe Salis, que es famoso por su teatro de sombras. 


En uno de los jardines de la Casa-Museo, tienen un café pequeñito que sirve uno de los mejores chocolates calientes que he probado (casi tan bueno como el Chocolate Abuelita).


Desde ahí se puede ver el Tanque de Agua y una de las torres de Sacre-Cœur. 


Una vez dentro del Museo, me enteré de toda la historia del 18ème arrondissement, aunque definitivamente mi parte favorita fue el estudio de Suzanne Valadon. No sé que tipo de magia tiene, pero mientras estuve ahí, lloré como bebé (en el buen sentido, claro). 


Antes de dejar el museo visité la última parte de los jardines, adyacentes al Clos Montmartre --el viñedo secreto de París. 


Si ven esta última foto detenidamente encontrarán el Lapin Agile (el cabaret más antiguo de Montmartre), antes frecuentado por Picasso & Modigliani. Las hojas secas que se ven en la esquina inferior izquierda de la foto forman parte del viñedo secreto que acabo de mencionar. 


He salido del museo y me he encaminado a una de mis últimas paradas.


No podía irme de Montmartre sin haber visitado Sacre-Cœur, asi que me he mezclado con todos los demás cientos de turistas, y he subido hasta el último escalón para explorar este lugar por dentro y por fuera.


Y bueno, al final de todo, sortear a otras personas ha valido la pena porque desde aquí se tienen la mejores vistas de la Ciudad. 


Después de observar por un buen rato, he regresado hasta Place du Tertre, en donde he comido desde brioche hasta quiche, una infinidad de crepas y para terminar, Tarte Tatin. En una de esas he muerto de risa cuando una señora me ha dicho que la única cuisine es la cocina francesa, los demás países solo tienen comida. Se nota que nunca ha estado en México. 

Cuando terminé fui a perderme entre las calles, a encontrar más sitios favoritos, cafés secretos y banquitas en donde leer un buen libro. 


No sé, yo escucho que todo mundo dice que París es la Ciudad del Amor y la mayoría sale de ahí encantado y haciendo planes para volver. Yo pienso distinto. París tiene magia, claro, pero no es un lugar que me gustaría recorrer con alguien más. Tampoco es lugar al que iría de compras. Tampoco es una Ciudad en la que me gustaría vivir. 

París me gusta porque el tiempo no pasa y el frío no se siente. París me gusta como para recorrerlo lento, o muy a prisa. Me gusta para caminar hasta que me duela el alma y para comer hasta reventar. Me gusta para leer un buen libro y pensar cosas que sólo se te ocurren cuando estás ahí, comiendo macarrones y siendo tan común. París me gusta como para comprar los libros usados y re-usados de los bouquinistes. París me gusta como para dibujar el Sena, pero sobre todo, París me gusta como para escribirlo. Una y otra vez. 

Sí, para eso me gusta París.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Desde París, con amor.

Si se han mantenido al tanto de las noticias recientes por aquí, ya saben que estuve unos días en París. Bueno, pues hoy es finalmente el día en que estoy compartiendo un poco de mi viaje aquí, solo para ustedes. 

Veamos. 

Mi primera mañana en París decidí que mi viaje iba a ser un poco inusual. No quería ver masas de gente, interminables filas y turistas por todas partes. No quería esperar mil horas para ver el Musée d'Orsay y definitivamente no me iba a congelar en la fila para el Louvre. No. Éste iba a ser un viaje distinto. ¿Cuáles son las ventajas de viajar sola, si no puedes manejar tu propio horario?

Después de mi primer café de ese día, salí del hotel. Afuera, el viento estaba terrible y mi nariz estaba congelada pero después de vivir en India por los pasados meses...el frío otoñal de la Ciudad de la Luz era una bendición. Ponerme un abrigo se sentía como lo mejor del mundo.

Para este viaje decidí hospedarme cerca de la Plaza de la República, unas calles más allá del Bd. Saint-Martin. Es una muy buena localización sin estar tan cerca del centro de la ciudad (y es mucho más barato). Encontré un hotel muy lindo gracias a este post de uno de mis blogs favoritos. A que no adivinan cuál es. 

Como tenía el metro a unas cuadras de mí, en cuestión de minutos estaba parada fuera del primer lugar al que prometí no ir: el Louvre. Deben haber sido entre las 8 o 9 de la mañana. Las líneas comenzaban a formarse y el cielo resplandecía. ¡Ay, las pirámides! Yo estaba encantada. Una turista tan común, yo. 


De ahí es una caminata muy corta al Jardin des Tuileries. Eso sí, es otoño. Todas las plantas están secas. No me esperaba eso. 

Crucé los jardines y me encontré cara a cara con esta belleza. 


La Grande Roue de Paris

La Grande Roue original ahorita está en algún lugar de Italia (Rimini, ¿me parece?) pero esta rueda de la fortuna no estaba nada mal. Se veía hermosa con el sol de esa mañana. Y justo a su lado estaba el Obelisque, en medio de Place de la Concorde y...adivinaron, estaba lleno de turistas. 

Después de quedarme ahí un poco perdida, acabé siguiendo a un montón de personas y acabé en la puerta del Grand Palais, que es justo a donde quería llegar. No era realmente el Grand Palais lo que me llamaba la atención, si no la promesa de uno de los mejores cafés de París justo enfrente, dentro del Petit Palais.


Después de otro café y un par (de docenas) de pasteles, seguí caminando por la Avenue des Champs-Élysées para poder llegar a otro de mis (muy comunes) destinos: L'Arc de Triomphe. No, la verdad ¿a quién engaño? Quería ir de compras. Quería comer y caminar con los otros turistas y ver los escaparates. Fui a Disney Store París y me enamoré un poco (también me morí un poco porque ¿quién diría que cabe tanta gente en tan poco espacio?) y estaba a punto de seguir caminando, cuando encontré Ladurée y me volví loca. Comí mi tercer desayuno ese día. Heh.

De ahí, fue cuestión de caminar (más bien rodar y rodar) hasta el Arc, para tomar esta foto.


Después de perderme una vez más, llegué al lugar menos visitado del mundo. Nadie nunca va ahí cuando va a París. Para nada. 


Mis fotos de Trocadéro están todas en blanco y negro porque me agarró el mood romántico y decidí fotografiar mis propias postales. Y también porque la luz no era la mejor y mis fotos se veían horribles. El cielo estaba increíble, la torre estaba increíble y el día estaba magnífico. Punto.

Redirigí mis pasos hacia la multitud, y pasé abajo de la Torre y hacia Champ de Mars.


Me senté en una banca por un rato y contemplé a la gente. Hasta ese momento estaba enfurecida porque los parisinos se rehusaban a hablarme en inglés. Me habían forzado a quedarme callada simplemente porque no confío lo suficiente en mi francés y mi yo introvertida me detiene cada vez que quiero hablar, aunque sepa exactamente lo que quiero decir.

Eso sí, si tuviera que ser invadida por miles de turistas en la puerta de mi casa todos los días, yo haría lo mismo. Les daría la espalda a los turistas y sus preguntitas, sus mapas y su emoción. Pobres parisinos, ¿qué les estamos haciendo?

Mientras pensaba, mis piernitas me llevaron hasta el Musée d'Orsay.


Por mucho tiempo no supe si entrar o no. Mi artista interna se enfureció cuando decidí irme a sentar a ver el Sena, pero la romántica empedernida que hay dentro de mí sonrió un poco cuando me di cuenta de que estaba feliz. París está muy bien. La comida es fantástica. Puedo relajarme frente al Sena y caminar por aquí todo lo que yo quiera e ir a donde me lleve el viento. ¿Qué más le pido a la vida?


De ahí, la caminata al Pont des Arts es súper sencilla. 

Cuando estuve ahí me acorde de un fragmento de Rayuela que me encanta. 

"Ella es muy alegre. Adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts."


Y en otras notas, en frente de este puente hay un puesto de crepas que está demasiado delicioso. No me lo perdería por nada en el mundo. 


Mientras me comía mi crepa, me puse el propósito de caminar por todos los puentes que cruzan l'Île de la Cité, así que me pasé gran parte de una hora zig-zageando entre les bouquinistes, tomando fotos y cruzando puentes.


También pasé en frente de Notre Dame (ya lista para Navidad) y llena hasta el tope de turistas. Igual, pasé la Sorbonne cuando caminaba a los Jardines de Luxemburgo y créanlo o no, me detuve a comer de nuevo. ¿Cuántas comidas llevo?


Los Jardines son una maravilla, incluso en otoño. Es un poco triste no ver flores alrededor, pero bueno...aún queda esto.


Honestamente, creo que el resto del día se me fue en comer delicioso, perdiéndome en París y tratando de encontrar mi camino de vuelta al hotel, en donde caí rendida justo después de cerrar la puerta tras de mí (y comerme los últimos macarrones del día).

En unos días regresaré a contarles un poco más acerca de mis aventuras en la Ciudad, así que espero que sigan leyendo.



P.D. La siguiente vez que se encuentren en París...

Caminen hacia la salida del Louvre que queda justo al lado opuesto del Jardin des Tuileries. Si cruzan la calle, se encontrarán con mi lugar favorito en todo París: una librería diminuta que se llama Abbey Bookstore (a un lado de Saint-Germain L'Auxerrois) que es perfecta para quien le gustan los libros y los lugares pequeños. Demasiado linda.

También, si caminan por Rue de Rivoli (entre el Louvre y el Hotel de Ville) en una esquina donde hay un Forever 21, verán una calle que se llama Rue de l'Arbre Sec. Si les gustan los libros tanto como a mí, visiten La Galcante. Es una tienda que vende artículos de prensa viejísimos y libros aún más viejos de todos los rincones del mundo...¡y huele a aventuras!