lunes, 31 de octubre de 2016

2 años, 2 meses, 1 semana y 1 día después...

2 años, 2 meses, 1 semana y 1 día. 
Ese es el tiempo que he pasado fuera de casa desde que me fui la primera vez. Desde ese día: 4 países, 9 ciudades, 3 escuelas y 5 cambios de casa. 


Por eso, y para la gente que hasta hoy me pregunta por que escogí Wisconsin, la respuesta es muy simple: después de pasar un rato brincando de un lado a otro, Madison me es familiar. Cuando escogí venir aquí a la Universidad, quería que Madison representara algún tipo de estabilidad. Quería vivir en un lugar en el que me acostumbrara a ver caras familiares, un lugar que realmente pudiera llamar mío.

Mis recuerdos de Madison consistían de veranos calurosos, piececitos que corren descalzos en el pasto, días que se van dentro y fuera de la alberca, y una pancita llena de frambuesas aún calientes, recién recogidas de los árboles. En algún momento se me olvidó que ya no tengo 7 años, y que Madison, aunque caliente durante 2 meses cada año, está casi tan frío como las manos del muerto el resto del tiempo. 


Me tomó un año de quejas acostumbrarme a Madison. Todavía creo a pies juntillas que Antea tiene más tiendas que todos los malls de Madison juntos, y detesto tener que ir a otra ciudad para ver las nuevas películas, pero por lo menos hay un lugar en el mundo aparte de México en el que me siento bien. 

Me encanta que la mayoría de mis clases son abajo del museo, a donde casi nadie va. Me encanta caminar a mi clase de árabe en las mañanas. Me gusta saber que va a pasar mañana, y cuento las horas para irme a sentar a la biblioteca con un chocolate caliente, según yo haciendo la tarea cuando en realidad estoy viendo The Office y tomando fotos del lago desde las ventanas del tercer piso. 


Madison no es aventura y emoción como India. No son vacaciones, como París, y la comida es horrible, al contrario de México pero se está bien aquí. Madison es tener alguien con quien compartir la cena, y amigos con quienes cocinar los fines de semana. Madison es mi café de las mañanas, mi caminata al museo los martes en la tarde, mi trabajo de editora, la seguridad de hacer lo que me gusta.

Honestamente, he visto más vacas aquí de las que alguna vez vi en India, pero por lo menos ahora no vivo de lo que hay en mi maleta. 

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